martes, 17 de septiembre de 2013

Regresar a la sabiduría del corazón

Un mensaje que los padres debemos transmitir a nuestros hijos: escuchemos con el corazón



Nací en los años 70 y, por lo tanto, pertenezco a una generación que ha crecido ajena al obsesivo y omnipresente runrún de los medios de comunicación.

Cuando era niña las tardes y los domingos eran interminablemente largos y desocupados, plenos de aburrimiento. Un aburrimiento que los niños de hoy desconocen, acostumbrados como están a andar siempre atareados con todo tipo de bocados electrónicos o digitales.



De pequeña solo contaba con mis pensamientos, con mi imaginación, con mi Nancy o con mis barriguitas. Pero ahora un niño crece bombardeado por una cantidad ingente de estímulos que son los mismos para él y para el resto y que, como en una corriente única, lo empujarán en un solo sentido: el de la homologación. Homologación significa que aquello que pensamos (mejor dicho, aquello que creemos que pensamos) es en realidad lo que otros piensan por nosotros.



Como es natural, toda cultura ha bebido en fuentes ajenas, pero aquella es el resultado del arduo trabajo de personas notables, de largos años de estudio por su cuenta, de una maduración solitaria y, sobre todo, de ejercitar el pensamiento crítico. Por el contrario, hoy nos obligan a comportarnos como el perro de Pavlov: suena una campana y todos ladramos. Y la campana puede ser el titular de ese día: los pederastas, un atentado, un homicidio especialmente sangriento o la enésima agresión a la naturaleza.

Todos nos irritamos entonces, condenamos, tomamos partido por una parte o por otra, sin darnos cuenta que tras este chaparrón de acontecimientos que nos brindan los medios se esconde una clara voluntad de distracción. La noche, la oscuridad y el silencio han sido derrotados de nuestras vidas. Tenemos que estar siempre conectados, en guardia, despiertos; siempre aturdidos por el rumor, la música, las luces, los focos, dispuestos siempre a comprar lo que sea.



Todo lo que nos rodea, nos invita a vivir teniendo en cuenta solamente dos entidades de nuestro organismo: el cerebro y el sexo. La fundamental, el corazón, ha sucumbido a la marea del blablablá mediático. Esa inteligencia propia del corazón, que es cálida, sabia, reposada, ha sido sustituida por el omnipresente sentimentalismo: sentimientos gritados, exhibidos que invaden cada espacio visual  y auditivo en nuestros días. La hondura del corazón da miedo, porque es la única capaz de otorgarnos una raíz estable, fuerte, un verdadero antídoto contra el pensamiento colectivo.



Y sin embargo, solo la voz del corazón nos salvará de la desesperación de los momentos sombríos de nuestra vida. Solo devolviendo el corazón a su lugar central, delegando en él la tarea de guiarnos, pondremos de nuevo a punto el motor renovador de nuestra vida. Ese motor capaz de volver única, profunda e irrepetible nuestra modesta aventura particular.



Eduquemos a nuestros pequeños en la sabiduría del corazón, eso les hará ser más fuertes, más independientes, más humildes y sobre todo más humanos.

INMA





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