Entre los 3 y 5 años de edad, y en palabras de Stamer- Brandt, P y Murphy-Witt, el niño es capaz de hacerse comprender mejor y de establecer contacto con los demás. Absorbe todas las informaciones nuevas como si fuese una esponja. Siente curiosidad por si mismo y el mundo, pero aún no puede asimilarlo solo.
Entre los 3 y 4 años, el niño descubre que existe "lo suyo" y "lo de los demás", que tiene poder para poder transmitir a otros disfrutar de sus cosas o negarse a ello (¡Dámelo, no te lo dejo!). Esto ocasiona los primeros grandes conflictos y se asocia a las rabietas o respuestas emocionales desproporcionadas.
También ha aprendido a negociar de forma rudimemntaria ("sólo te lo presto si tu...."), siguiendo la ancestral máxima, "yo te doy si tu me das". Por tanto, puede incorporar valores como la generosidad, actitudes como el compartir, y sobre todo, el sentido del respeto hacia todo ser vivo, sean personas, animales o plantas.
Desde los 5 años se relaciona en
grupos de niños más numerosos, le apasionan los juegos con reglas
creadas entre todos, si bien la estabilidad de la amistad grupal es
intermitente, oscila entre el " eres mi mejor amigo" y el "te odio y no
te voy a querer nunca más"; curiosamente suele amenazar a sus iguales
con una de esas escasas armas a su alcance; el aniversario ("ya no te
invito a mi cumple"), sabedor de que nosotros vamos a confeccionar con
él la lista de invitados.
Entre
los 5 y 6 años, el pequeño se considera autómata y responsable, se cree
un pequeño "superman" capaz de superar cualquier reto. Pero
desgraciadamente para él, no es así. A partir de ahora comenzarán las
primeras batallas verbales con sus mayores. Sus frases preferidas en
estas escaramuzas son: "¿Por qué tengo que hacerlo yo"?, " ¡Déjame, no
te necesito!", "Quiero tener..., hacer..., ser...."o "cómprame, dame,
tráeme". Aunque aún siente un gran apego hacia nosotros, quiere ser libre.
Hasta
los 6 años de edad el niño vive en el limbo del conocimiento de drogas.
Sin embargo, a partir de esta etapa, de 6 a 11 años un enorme flujo de
información aparece ante él. El entorno de los iguales empieza a
competir con la familia como fuente de interés, confianza y recepción de
información prioritario, seguida más lejos, por la escuela y completado
por los medios de comunicación social, incluído Internet.
La
adolescencia supone una etapa de especial vulnerabilidad para la
emergencia de comportamientos problemáticos relacionados con las drogas.
Dicha vulnerabilidad vienen determinadas por ciertos factores del
desarrollo inherentes al adolescente y a la edad en la que se encuentra.
Pese
a que la familia juega y continuará jugando un papel fundamental en la
detección precoz de las conductas de riesgo, en la detección de consumo y
en el tratamiento del mismo en los hijos y los demás integrantes de la
misma, para el adolescente comenzará a cobrar relevancia en su día a
día como referente y modelo el grupo de iguales. En éste se siente
comprendido y acompañado y le sirve para ir rompiendo poco a poco el
control paterno, realizando la necesaria búsqueda de la propia identidad
por medio de la identidad grupal.
El
que las primeras relaciones con las drogas constituyan o no un aspecto
anecdótico en la vida del adolescente o pase a convertirse en algo que
dificulte su desarrollo, va a depender del entramado de factores de
riesgo y protección presentes en sus recursos personales y en su
realidad familiar y social.
Cuaqluier
funcionamiento familiar coherente en relación a las drogas supone
revisar las propias creencias y actitudes paternas, así como asumir las
contradicciones respecto a los comportamientons mostrado de los hijos.
FUENTE: Familia, guía para padres y madres.
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