Cuando
vio la nota de condolencia de la maestra, no se lo podía creer: «Pero, hija,
¿por qué le has dicho a la profesora que se ha muerto la abuela?». Era la
excusa inventada que en ese momento se le ocurrió a la niña para evitar una
reprimenda en el colegio. A Antonio Escaja Miguel, coautor junto a
Bernabé Tierno de “Saber educar hoy” no le extraña el caso. En
su larga trayectoria como psicólogo escolar y orientador ha conocido una amplia
variedad de mentiras infantiles. «El hombre tiende a
defenderse a sí mismo por encima de la defensa de la verdad»
Mentir es
innato, pero también se enseña aunque sea de forma indirecta, según
explica Escaja. Cuando un padre le dice a su hijo antes de coger el teléfono
«si es Fulanito dile que no estoy», si oye cómo se le dice a un vendedor a
domicilio que no se le puede atender porque estaba a punto de salir o el niño
escucha a su madre un «qué pesados» minutos después de cerrar la puerta a la
visita a la que ha tratado muy amablemente, el menor capta la utilidad que
puede tener la mentira por mucho que se le insista en que no hay que mentir.
Un estudio
elaborado por expertos del Museo de Ciencia de Londres, determinó que los
hombres mienten tres veces al día de media (1.092 al año) y las mujeres lo
hacen dos veces diarias (728 anuales). La mayoría de las veces son «mentiras
piadosas», para no herir los sentimientos de una persona, pero hipocresías al
fin y al cabo que el niño no siempre distingue del resto.
«Los
niños no hacen caso a lo que decimos, imitan lo que
ven»,
asegura el psicólogo. Si los progenitores hablan de «los ladrones» de tal banco
o tal empresa, mientras comentan cómo engatusan a sus clientes, el niño lo
percibe y si su padre hace trampas con la declaración de la renta, ¿por qué no
lo puede hacer él con un examen? «Educamos por lo que somos», subraya Escaja.
Incluso se
les enseña directamente a mentir por compromiso al decirles cómo deben
actuar ante un regalo que no les gusta, por ejemplo. «La mayoría de padres no
trata todas las mentiras por igual. No quieren que sus hijos digan siempre la
verdad sobre cualquier tema: no se alaba a un acusica ni tampoco la verdad sin
tacto», admite el psicólogo estadounidense Paul
Ekman en su libro «Cómo detectar mentiras en
los niños».
¿Todos mienten?
Un
estudio realizado en Canadá en 2010 concluía que a los dos años el 20% de los
niños miente. La proporción se eleva al 50% al año siguiente y casi
al 90% cuando cumplen los cuatro. Claro que a esa edad no se pretende
engañar. Es hacia los 7 años cuando los niños se dan cuenta de su dimensión
moral. La edad más mentirosa, según esta investigación, serían los 12
años.
Kang Lee, director del Instituto de
estudios sobre el niño en la Universidad de Toronto, cree que «los padres
no deben alarmarse si su hijo dice una mentira. Sus hijos no van a llegar a ser
mentirosos patológicos. Casi todos los
niños mienten»,
según señaló al presentar el estudio entonces.
Tanto
Lee, como Victoria Talwar, profesora adjunta de
la Universidad McGill de Montreal y una experta en la conducta infantil
mentirosa, sostienen que los niños que mienten son más
inteligentes, puesto que deben reconocer la verdad, concebir una
alternativa y exponerla de forma convincente. Desde este punto de vista, la
mentira es un hito del desarrollo.
Antonio
Escaja prefiere definirlos como «más creativos». En muchos casos,
sobre todo entre los niños más pequeños, detrás de una mentira hay un exceso de
imaginación, que puede canalizarse dejándoles que se expresen con la pintura o
la escritura. Sin embargo, la fabulación que rodea a los «amigos imaginarios»,
habitual en los pequeños de 4 y 5 años, se vuelve interesada a partir de los
siete. «Son niños a los que les gusta imaginar, pero la invención de cosas
puede convertirse una cortina de humo para tapar un problema», advierte el
psicólogo.
¿Cuándo hay que preocuparse?
Existen distintos
tipos de mentiras que conviene distinguir para no dar la misma importancia
a unas que a otras. Las hay motivadas por un exceso imaginativo; otras, la
mayoría, están fundadas en mecanismos de defensa para evitar un posible
castigo, se miente para lograr algo que de otra manera no se conseguiría, para
ganarse la admiración de alguien, para no defraudar a padres o profesores, para
llamar la atención, para evitar la vergüenza, para no hacer daño a otro, para
mantener a salvo la intimidad... En todo caso, si
el niño miente con exagerada frecuencia y se emperra en sostener algo falso o
cuando emplea la mentira para hacer daño a otro, hay que actuar y tomarse muy
en serio el asunto.
«Hay
que enseñarles a ser auténticos, hacerles ver que
ellos son lo que son, no lo quieran aparentar ante los demás», subraya Escaja,
«haciéndoles comprender que les queremos tal y como son» para que se acepten a
sí mismos. Ser incongruente, añade el psicólogo, entraña sus riesgos: «El ser
humano acaba por destruir su salud mental por querer mantener en su mente ideas
contradictorias». Crear un ambiente familiar en el que el menor se sienta libre
hará que no vea la necesidad de mentir.
Y ante una mentira descubierta, el experto insta a los padres y
profesores a que «sean razonables» al
corregir al niño «para no obligarle a mentir
más para evitar el castigo». Habrá que hacerle reparar el daño, pero sin
emplear la palabra «castigo», por la connotación que ésta lleva de humillación.
«Y en cuanto ha surtido efecto, hay que quitarlo»,
aconseja Escaja, que no ve inconveniente en suprimir un castigo si el niño está
arrepentido. «Los premios y los castigos hay que usarlos con gran prudencia»,
remarca.
«Enfréntese a ello: su
hijo le mentirá hasta que uno de los muera. No hay manera de evitarlo. Le habrá
mentido en el pasado y le mentirá en el futuro (...) Pero si crea más
situaciones en las que su hijo se sienta menos obligado a mentir y pueda decir
la verdad, entonces existirá una gran diferencia en la cantidad de mentiras que
cuente su hijo», asegura Tom Ekman, el hijo del psicólogo estadounidense
considerado una de las autoridades mundiales sobre la detección de mentiras, al
que él ha mentido en ocasiones sin que Paul lo haya detectado siempre.
Cómo cazar una mentira
Los mentirosos, en
contra de lo que se cree, no acostumbran a rehuir la mirada, a ponerse colorados
o a mostrarse nerviosos. Pamela Meyer, autora del best seller
«Detección de mentiras», enseña algunos métodos y señales para detectar el
engaño, una habilidad muy útil puesto que un día
cualquiera, una persona recibe entre 10 y 200 informaciones falsas. Según Meyer, las
personas que engañan pueden inmovilizar la parte superior de su cuerpo, e
inconscientemente apuntar con sus pies hacia la puerta o inclinarse hacia la
salida. Suelen mostrar alivio o cambiar de postura cuando finalizan las
preguntas más difíciles e incluso mostrar cierto «orgullo» o «placer» al creer haberlo
hecho bien. También su lenguaje puede ofrecer pistas, si habla con
distanciamiento del objeto del engaño.
Un estudio de la
University of British Columbia, en Canada, señala que a un mentiroso le
traiciona su propio rostro, ya que tienden a levantar las cejas en expresión de sorpresa
y a sonreír ligeramente.
INMA
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