Maritchu Seitún, psicóloga, escitora y especialista en temas de crianza, ha publicado este artículo en el periódico La Nación.
Hoy resulta muy difícil cuidar a nuestros niños de estímulos que son en realidad inadecuados o perjudiciales para ellos, a menudo adelantados a la edad o etapa evolutiva. Hace unos años los chicos estaban más protegidos en un mundo menos globalizado, la televisión tenía un horario real de protección al menor, y las noticias llegaban suavizadas, filtradas por personas que elegían mostrar lo que consideraban adecuado. Alguna vez nuestras madres tuvieron que alertarnos acerca de un exhibicionista y nos hacían recomendaciones para esa eventualidad, y las pocas revistas “subidas de tono” estaban cerradas e inaccesibles en los kioscos. Lo más lejos que llegábamos era a buscar alguna palabra en el diccionario para entender temas que nos inquietaban y no nos animábamos a preguntar. Estas y otras cuestiones protegían a los chicos de estar, como ocurre hoy, en primera fila viendo ya sea un tsunami devastador, o una guerra, un accidente, fotos o videos pornográficos, y de la posibilidad de estar conectados con adultos desconocidos, abusadores, perversos o exhibicionistas escondidos detrás de un “inocente” pedido de amistad en una red social. Nuestros hijos nos necesitan como filtros, guías, entrenadores, incluso compañeros de sus investigaciones, les hacen falta nuestras reflexiones y recomendaciones, también nuestros frenos y prohibiciones, hasta que tengan la madurez y el criterio suficiente para manejarse con esa andanada de estímulos que los invaden desde la tele, la playstation o la X box (con jueguitos inadecuados para la edad), Internet y you tube, a los que acceden con un simple ipod... Lleva varios años que, de nuestra mano, adquieran buen criterio, juicio crítico, viveza, habilidad para reconocer al que se hace pasar por amigo y no lo es, para tomar conciencia de que ver ciertas fotos o videos les da una idea errónea de la vida, con películas de terror por ejemplo, o de la sexualidad y las relaciones sexuales, o darse cuenta de que hay jueguitos electrónicos que naturalizan y normalizan conductas que no responden a nuestros criterios familiares. Tenemos Internet en nuestras casa y una conexión inalámbrica (wifi) que llega a los rincones más recónditos. Las mentes de nuestros chicos no están preparadas para procesar muchas de las cosas que podrían ver con facilidad. Ellos llegan a esas “puertas y ventanas” del mundo exterior que se abren a su paso (con sólo poner un dedo en el teclado) con la misma ingenuidad con la que nosotros veíamos Mister Ed o buscábamos “óvulo” en el diccionario. No saben y los hace sentir muy grandes participar de ese mundo; no tienen la fortaleza interna necesaria para resistir la tentación, y por lo tanto no pueden protegerse. Por eso necesitan nuestra presencia y acompañamiento: para aprender a reconocer lo que les hace bien de lo que no, a distinguir lo que es real de lo que es silicona pura, a reconocer quiénes son de verdad sus amigos y diferenciarlos de los seguidores de una red social, a saber que tienen tiempo, que van a crecer y no necesitan adelantar nada, que todo va a llegar a su debido tiempo y cuando ellos estén preparados, que no es un tonto el que no mira pornografía o no juega a juegos de extrema violencia, sino que es un chico que está bien cuidado y / o se cuida bien porque su padres le enseñaron a hacerlo, que tiene claro que eventualmente, cuando tenga edad y madurez suficiente, va a poder incursionar en esos territorios que hoy suenan tan “cancheros” y son en realidad tóxicos para su persona. Las frutas más sabrosas son las que llegaron a su punto óptimo de maduración en la planta. Del mismo modo nuestros chicos maduran cerca nuestro, con nuestra protección y seguimiento hasta que están listos para abrirse al mundo y los múltiples estímulos que el mundo les presenta, proceso que resulta sano cuando ocurre gradualmente y con nuestro acompañamiento.
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