miércoles, 9 de octubre de 2013

Leyendas Americanas

Otra entrega de estos magníficos relatos acerca de los pobladores que habitaron las Américas.
Mitos, realidades que se narraban desde entonces.
Hoy, en homenaje a muchos seguidores que el blog tiene desde Estados Unidos.

Paul Bunyan

De Oregon a Maine, pasando por Michigan, la gente todavía sigue contando las aventuras de un leñador gigante, que hace tiempo apareció en esos lugares.
Era un hombre enorme, de cara alegre, llamado Paul Bunyan y siempre lo acompañaba Bebe, un buey de color azulado y dimensiones descomunales.
En aquel entonces esa zona estaba cubierta de bosques inmensos y había tantos árboles para calar, que los leñadores no daban abasto.
Un buen día Paul se presentó con el buey en un campamento de la zona, en su manaza esgrimía un gran hacha y ante la mirada atónita de la gente, cortó un bosque entero al ras en unas pocas horasn
Cuando consideró terminada la tarea llamó a los otros leñadores del campamento con su vos de trueno para pedirles que le ayudaran a cargar parte de la madera en una carreta que Bebe venía arrastrando. La simpatía de Paul era irresistible y los hombres pusieron manos  ala obra.
Pero sucedió que de pronto los troncos comenzaron a volar por encima de ellos y a caer dentro de la carreta. Asustados salieron corriendo y cuando estuvieron a prudente distancia se dieron vuelta para ver qué pasaba; sólo entonces comprobaron que el buen Paul estaba acomodando los troncos, por supuesto que a su manera.
Desde entonces la vida ya no fue la misma en aquel tranquilo campamento de leñadores. A Paul le gustó mucho el lugar y decidió quedarse, pero donde Paul Bunyan se instalaba para siempre, sucedían las cosas más insólitas.
Esa misma noche, después de talar el bosque, se acercó al campamento y con su voz resonante hizo saber a todo el mundo que tenía hambre. Alguien le alcanzó medio pollo, se lo tragó de un bocado y después exclamó:
-¡Gracias amigo!, pero ésto no es comida para mi.. Voy a buscar a mi perro Zip y mañana me iré temprano de caza con él. Todos quedaron invitados para un desayuno de patos silvestres.
Al día siguiente reinaba gran expectativa entre los leñadores y no se vieron defraudados. Paul se acercó temprano al campamento; llevaba una enorme bolsa al hombro y a su lado caminaba un extraño personaje, era su perro Zip, con cabeza de perro salchicha y cuerpo de danés..
Vació el contenido de la bolsa, unos cien patos, frente a la cocina, y restregándose las manos, gritó alegremente:
-¡No se preocupen! Yo voy a asarlos y mis amigos están por traerme la mesa en cualquier momento para que podamos instalarnos a comer cómodamente.
Todavía no había terminado de hablar cuando la gente salió espantada gritando. ¡un terremoto!. Pero Paul los tranquilizó exclamando: -¡Ahí viene la mesa!
Y a los pocos minutos aparecieron veinte hombres arrastrando una inmensa mesa. Nadie olvidó jamás ese festín y el rico olor a pato asado se sintió a miles de kilómetros y kilómetros a la redonda.
Paul tenía un solo defecto, era muy impaciente, y hasta su impaciencia se hizo famosa, desde aquel día en que, arando tierras en el sur con Bebe, recibió un mensaje urgente; lo estaban esperando en Oregon para talar el bosque. Sin tomar en cuenta que Bebe arrastraba el arado, lo azuzó llevándolo a toda velocidad por campos y valles y no paró hasta llegar a Río Grande.
Allí descansó un segundo y fue cuando se dio cuenta que Bebe venía tirando el arado. Cuando miró hacia atrás, descubrió con sorpresa que había trazado un profundo surco en la tierra.
Esta vez hasta Paul se asustó un poco: sin querer había modificado la geografía de la región. Más tarde ese surco fue llamado El Gran Cañón del Río Colorado.
De las muchas hazañas que se contaron sobre Paul, sin duda la más asombrosa fue aquella de la planta de maíz.
Desde hacía tiempo tenía guardada una semilla y un día se le ocurrió remover la tierra, como sólo él sabía hacerlo, y plantar esa semilla. Paul la cuidó con cariño y a las dos semanas la planta había crecido tanto que se la distinguía desde lejos. Al mes su punta estaba oculta entre las altas nubes.
Pos supuesto llegó mucha gente para admirar esa extraña planta de maíz tan gigante, pero también comenzaron a ocurrir cosas muy raras.
Primero, las chacras de los alrededores quedaron sin agua, después el río Abu Sable fue reduciendo su caudal hasta convertirse en un hilito de agua y también bajó el nivel de los grandes lagos. Todo el mundo estaba aterrorizado, nadie podía explicarse la causa de tal fenómeno.
Por fin la gente descubrió que la planta de maíz de Paul Bunyan era la que estaba absorbiendo el agua de la región. Entonces le rogaron que la cortara antes de provocar una gran sequía.
Aunque Paul estaba muy orgullosos de su planta de maíz, aceptó ese reclamo. Tomó el hacha y quiso  cortar el tallo, pero sucedió algo increíble, apenas logr´´o hacerle un tajo.
Entonces no le quedó otro remedio que subirse hasta la mitad de la planta y cortarla desde allí.
Trepó, trepó y trepó. Mientras tanto una multitud se había reunido para observar cómo trepaba por la misteriosa planta. La gente se quedó mirando hacia arriba durante dos días, después comenzaron a gritar: -¡Paul, Paul!, ¿Dónde estás?-
Desde muy lejos se escuchó la respuesta de Paul: -¡Todavía no cayó?-
-¡No cayó, qué?- gritaron todos muy asustados, mientras se alejaban un poco.
-La parte superior de la planta. La corté anoche-
Pasó un día más de suspenso, hasta que por fin cayó un gran estruendo. Al día siguiente Paul bajó con la cara dorada. Había estado tan cerca del sol...
La planta se secó y el agua volvió a correr como antes por los ríos, los lagos aumentaron nuevamente su caudal y los campos de alrededores recuperaron su color verde de siempre.
Esas fueron algunas de las cosas que sucedieron cuando Paul trabajaba como leñador en la zona de Oregon y Maine. Un día desapareció con sus pasos gigantescos, su buey, su perro y su hacha.
Quizás vuelva algún día, pero siempre sigue presente en el recuerdo de la gente de esos lugares.
 creado por el periodista estadounidense James MacGillivray.

Minnesota

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